viernes, 10 de julio de 2015

ORIGEN DE LA CIUDAD DE HUANCANÉ



EL INCA HUANCANE
(LEYENDA SOBRE EL ORIGEN DE LA CIUDAD DE HUANCANE)
A la altiva provincia de Huancané, a sus nuevas generaciones y a su magisterio.
Cuando el imperio de los cuatro suyos llegó al reinado de Amaru inca Yupanqui, una ola de inestabilidad y de anarquía amenazaba enseñorearse por doquier, debido a la poca energía de carácter y a la falta de tino político que caracterizó a sus actos de  gobierno.

 Una de estas manifestaciones de anarquía se agudizaba en la parte occidental del lago Titicaca, cuyas tribus numerosas y dispersas eran frecuentemente soliviantadas por los habitantes de la región del Beni, descendientes de los antiguos chiriguanos, que ponían en peligro el gobierno del imperio sobre la región, con sus frecuentes incursiones.
Por esta razón , cuando la corte del Cusco obligó a abdicar a Amaru Inca Yupanqui en favor de su hermano Túpac Yupanqui, lo primero que éste hizo fue encararla solución del problema de la anarquía que se había suscitado.
Con el objeto de poner coto a las incursiones y a las influencias negativas de los Chiriguanos dispuso que se trasladase a la región noroeste del lago una de las tribus del chinchasuyo más leales a la corona. una numerosa familia o ayllo de la tribu de los huancas, que había demostrado gran fidelidad al Cusco, en las numerosas campañas dirigidas hacia la costa y hacia el norte, denotando grandes dotes militares y sobre todo magnificas cualidades de organización social y cultural, fue la elegida para servir de guardian del poderío inca en el Altiplano.
El  curaca Huanca el ayllo elegido fue llamado  por el Apu (1) del Chinchasuyo, y este le trasmitió el deseo del inca Túpac Yupanqui, diciéndole:_ Valeroso, leal y digno súbdito de los hijos del sol: vuestro soberano me manda decirlos que su reino peligra allá en las altas estepas del Collasuyo, debido a las innobles pretensiones de los Chiriguanos que hallan frecuentemente nuestras tierras e insuflan a nuestros aliados de desobediencia y de sentimientos beligerantes; y que para poner  fin a estas pretensiones os a elegido a vos y a vuestra grey.
_Estoy harto informado de la situación aflictiva que pone en peligro la estabilidad política del Imperio, y tengo pactos  de lealtad acordados con nuestro soberano; por tanto, acepto su mandato, no por simple obediencia, sino como cumplimiento de mi palabra y mi decisión de velar por la seguridad y el engrandecimiento de nuestro reino. Estoy resuelto a sacrificar mis heredades nativas, arrancar a mi pueblo en la cuna en que se mecieron generaciones de nuestros antepasados, y marchar hacia esas regiones donde el sol nuestro padre nos necesita.
_Admiro tu lealtad y tu nobleza de alma. El Inca nuestro soberano, retribuirá tu decisión y tus servicios, con dádivas y dignidades que bien lo merecéis.
_Partiré al iniciarse la próxima luna.
_Podéis pedir la cantidad  de hombres que sea menester para auxiliaros en el viaje y yo ordenare que todos los tampus del camino se aprovisionen de lo necesario.
Después de aquella entrevista, el Apu del Chinchasuyo comunicó al inca Túpac Yupanqui los resultados  de su conferencia  con el curaca Huanca.
La noticia de la aceptación incondicional del pueblo Huanca, para ir a resolver el viejo problema de la amenaza de los Chiriguanos  de la región Este del Callao, causo gran alborozo en la Corte Imperial del Cusco.
Aquel problema era el que más amenazaba la unidad del Gran Imperio y la visión  próxima de la posibilidad para poner fin a él, quitaba de un peso de siglos a la corona real.
Hasta entonces los mitmayes siempre se habían hecho sobre tribus beligerantes que eran trasladadas por castigo a regiones fieles para someterlas. Aquella era la primera vez que habría con el nuevo sentido de llevar pueblos fieles a regiones pobladas de tribus desleales. Y por eso el inca había creído  que su decisión acaso ocasionaría  nuevos disturbios en el país, pero  al saber que su política empezaba a encontrar eco en los pueblos leales, se regocijó enormemente y tuvo la certeza  de que esta política resolvería el problema de la anarquía a que había lanzado al imperio  los desaciertos  de su hermano .
            Poseído de intensa satisfacción y reconfortado  en su propósito de rehabilitar la tranquilidad y la armonía del imperio quiso ungir de honores  al curaca Huanca  por su noble decisión y convocó al Consejo de los Orejones para consultar su opinión.
Una vez reunido el Consejo de los Orejones del Inca propuso  que el curaca Huanca fuera asimilado a la Corte Imperial  como miembro de la familia real, hablando del siguiente modo:
            _ Respetados mayores: acabamos de saber  que el curaca de uno de los ayllos  menores del gran pueblo Huanca, ha decidido marchar con su pueblo a la región del Collasuyo para ser fiel guardián de nuestras heredades constantemente  amenazadas  y últimamente puestas en grave peligro  por los barbaros Chiriguanos. Esta decisión  nos reconforta y nos llena de más justo orgullo, al saber que contamos con pueblos de lealtad incondicional; por tanto, es decisión mía ungirlo con el cetro familiar de nuestra estirpe.
            _Oh: resplandeciente soberano_ habló un de los Orejones _ tu palabra es omnímoda y tu decisión es mandato; pero debes recordar que nosotros descendemos de los hijos del sol y el curaca Huanca es simplemente hijo de la tierra.
            _ Tenéis  razón _ replicó el Inca_, pero no pueden negar que todos nuestros aliados y nuestros sometidos, son también de una sangre que acaso es la misma que corrió  en nuestras venas y que desparramada al principio, el designio  de nuestro padre sol y el esfuerzo de nuestros mayores se han encargado de juntarlas en un solo vasto imperio: el nuestro. Es justo  que se rompa esa barrera  que nos separa  de ellos y hagamos  una gran familia esparcida en los cuatro suyos para que cuiden de la estabilidad  de nuestros pueblos, como una sola mano y como un solo corazón.
Las palabras del inca bien llamado resplandecientes pesaron con gran hondura  de pensamiento de los orejones  asistentes al consejo, y estos unánimemente acordaron asimilar a los soberanos conquistados como una dinastía central del Cusco, debiendo asumir aquellas prerrogativas de la familia real.
            Desde aquel momento la realeza del imperio entró en un periodo de franca democratización que rompió muchas vallas tradicionales y que llevó al imperio a su más alto grado  de esplendor espiritual  y material, durante el reinado de Huayna Capac.
            Unos días después de aquella memorable asamblea de los Orejones, arribo al Cusco  la tribu elegida, siendo recibida con gran júbilo y homenajes  de parte del pueblo  y la corte.
            El curaca Huanca y su familia fueron alojados en el palacio de Callcampata. Y el pueblo Huanca fue hospedado en los tampus reales.
Varios días permanecieron en el Cusco. Y antes de partir hacia el Collasuyo, se celebró  un acto solemne semejante a los actos con que se coronaba a los nuevos incas  o se despedían  a los ejércitos imperiales que emprendían campaña de conquista santa a favor del engrandecimiento de la religión del sol.
En la corte, después del vaticinio realizado por Willac _humo, quien  anuncio que sería  de suerte feliz  la misión  del noble pueblo Huanca, se declaró  al curaca Huanca  miembro colateral  de la real familia. Tupac Yupanqui le envolvió la frente  con el llauto simbólico de la realeza y le entrego un cetro como insignia del poder amplio que desde aquel instante debía ejercer el curaca Huanca, en las nuevas tierras  a donde se dirigía  con su pueblo.
Entre tato el pueblo Huanca se había congregado en un lugar previsto de la plaza mayor, siendo objeto de vítores populares de la ciudadanía cusqueña.
Luego se presentó en la plaza el inca Túpac Yupanqui acompañado por el curaca Huanca, siendo saludados por el tronar clamoroso de los pututos y la venia multitudinaria de centenares y miles de hombres,  mujeres y niños.
El inca presentó a su pueblo al curaca Huanca, habló del honor familiar que le había conferido y de la misión difícil que Huanca y su pueblo cumplirán en el lejano Collasuyo.
El curaca Huanca se despidió consternado de emoción, pero intensamente animado para cumplir el designio con que la suerte y el gobierno del Cusco le habían ungido.
A poco partió el pueblo Huanca auxiliado por más de mil hombres de la facción aguerrida del ejército. Y un ¡Curaca Huanca causachun! Selló la despedida. (Viva el Curaca Huanca).
Tras de muchos días de viaje por quebradas, cordilleras y punas, una tarde serena, llena de quietud y recogimiento, el pueblo Huanca arribó a Taraco, donde se hospedaron por la noche.
Al día siguiente, continuaron su marcha en busca de un sitio que al mismo tiempo que ofreciese favorables condiciones para el establecimiento de la tribu, fuese también un centro estratégico para el cumplimiento de la misión que traían.
Pero grande sería el asombro de Huanca y los suyos, cuando al trasponer la quebrada de Pucarani irrumpieron de los cerros hordas bárbaras que los atacaron inesperadamente.
El ejercito que lo acompañaba y los hombres del pueblo Huanca, detuvieron la marcha y se aprestaron para la lucha, protegiendo a las mujeres y a los niños.
La lucha fue encarnizada, por momentos Huanca sufría la sensación  de que aquel mismo día fracasaría su misión. Porque los naturales azuzados por las salvajes hordas Chiriguanas, eran en número infinitamente superior. La lucha se tornaba cada vez más difícil y peligrosa, los soldados imperiales  y los hombres Huancas llevaban todas las de perder; pero en un rapto de desesperación las mujeres Huancas entraron en la lucha y ello decidió el triunfo de aquella batalla memorable.
Los Chiriguanos y los demás lugareños nunca habían visto luchar a las mujeres, de modo que la presencia de ellas en la batalla los desconcertó y tuvieron que dispersarse, dejando el campo y el paso completamente en manos de los vencedores.
El curaca Huanca ordenó que la tribu acampase en el mismo campo de batalla. Así fue. Y cuando al día siguiente exploraron los alrededores y se dieron cuenta de que la región contaba con tierras ubérrimas, decidió establecerse en aquel lugar, que también resultaba un punto estratégico, ya que de allí nunca habían pasado las incursiones de los Chiriguanos.
El lugar donde se libró aquella batalla en que hasta las mujeres asumieron funciones militares, y donde Huanca dispuso el establecimiento de su tienda de campaña de pacificación de la zona soliviantada, es el mismo en que actualmente    se levanta la ciudad de Huancané.      
El curaca Huanca, luego de establecerse de acuerdo con las costumbres que regían  la instalación  del mitimayaje inició una sabia campaña de pacificación.
En primer lugar  ordenó  que todos los miembros  de su pueblo  aprendieran  a hablar  el idioma  de los nativos  de la región, al mismo tiempo que buscaran  su amistad  ofreciéndoles  dádivas  para ganarse  sus simpatía
Esta primera fase de la campaña  se cumplió con suma  eficacia. Los Huancas aprendieron  el aymara a corto plazo. Pero en forma mezclada con su propia lengua, características que ha quedado hasta estos tiempos, y por lo que es fácil distinguir el aymara huancaneño que presenta voces típicas que no corresponden al aymara general del Altiplano.
En una segunda fase iniciaron una intensa campaña de persuación para que los naturales repudiaran a los Chiriguanos y se sometieran a la corona del Cusco con lealtad. Esta campaña también dio buenos resultados, pues pronto los naturales se dieron cuenta de que los Chiriguanos eran de cultura inferior a ellos y que no merecían llamarlos sus salvadores y liberadores como se habían enseñoreado hasta entonces. Muchos de los habitantes llegaron  a internarse hasta las viviendas de los Chiriguanos, dándose cuenta de la vida bárbara y salvaje que llevaban y muy pronto se despojaron de su influencia. Desde entonces quedó la costumbre de que los habitantes del Altipĺano bajen a los valles del Beni, en busca de las especies que cultivan y que antes sólo los Chiriguanos les traían dichas especies.
En una última fase, el curaca Huanca organizó las tribus dispersas de la región en comunidades y ayllos de Anansaya, los de las serranías y ayllos de Urinsaya, los de los bajíos, próximos al lago.
La campaña pacífica de Huanca y su pueblo repercutieron en el Cusco y en todo el imperio como ejemplo de un nuevo sistema de conquista. Y su ascendencia sobre los pueblos pacificados llega tener memoria rayana en lo mitológico. Pues se decía que si el lago había partido para el imperio de los hijos del sol, a Manco Cápac, el curaca Huanca representaba la restitución cósmica de las quebradas a los picachos, de los valles a las punas, y de los ríos al lago milenario, en un intercambio de fuerzas telúricas hecho hombres conductores y salvadores de la humanidad.
El curaca Huanca vivió muchos años y murió muy anciano. Le sucedió su hijo mayor Huancarani, quien gobernó la región siempre con la misma fidelidad que su padre para la corona del Cusco.
Huancarani fue sucedido a su vez por su hijo Huancane.
Cuando el imperio Inca llegó al reinado de Huayna Cápac asumió el gobierno de la zona el joven curaca Huancane. Y en estas circunstancias volvieron a insurreccionarse los Chiriguanos al mando de Yagualtinte.
Huancane organizó un ejército hacia las selvas, en busca de los insurrectos.; pero en el camino se tropezó con la vivienda solitaria del yatiri Pacharia. Este le pronosticó la inutilidad de esa campaña, aconsejándole que se quedara a gobernar y proteger solamente la zona andina. Pero Huancane, sintiendo en sus venas el ardor de la juventud y la pujanza de sus mayores, prosiguió su marcha sin oír concejos. Mas como le había vaticinado Pacharia, la suerte le fue adversa en la campaña. Fracasó en sus propósitos. Con su ejército casi diezmado por el clima antes que por el propio enemigo, insistió inútilmente en avasallar a los indomables Chiriguanos. Pedía refuerzos al Cusco y éstos no llegaron nunca. Y un mal día llegó la noticia de que Huayna Cápac había muerto y que sus hijos Huáscar y Atahualpa se debatían en cruentas luchas.
Años más tarde, supo que Huáscar había caído en manos de Atahualpa y éste en manos de los españoles. Entonces organizó un nuevo ejército para ir a luchar por el reino de su soberano. Y cuentan que cuando los españoles llegaron al Cusco y Manco Inca se fugó, preparando el primer intento de liberación de su pueblo, buena parte de los soldados indios que sitiaron el Cusco en 1636, fueron súbitos de Huancane. Y que cuando recibió la noticia de la definitiva derrota de Manco Segundo, se declaró inca sucdesor de Huayna Cápac y pretendió marchar él mismo en busca de los españoles; pero su ancianidad había llegado hasta la senectud y no tuvo energías para encabezar una campaña militar.
El inca Huancane vivió sus últimos años atormentado por el dolor de ver y sentir derrumbarse el imperio de sus mayores. Y empleó sus últimas energías en sembrar  en el alma y el corazón de su pueblo, la idea de que nunca se dejaran avasallar por los hombres blancos y barbudos  que habían exterminado la estirpe de lo reyes incas. Aquella siembra se enraizó en la conciencia de los pueblos de la zona como un designio que con el correr de los tiempos se ha convertido en lema y  norma de conducta social de los huancaneños, los viriles descendientes del inca Huancane.
De ahí que cuando los conquistadores irrumpieron en el Altiplano, los huancaneños nunca se sometieron al servilismo; conservaron su actitud viril rayana en altanería y pujanza indomables. Y en cuanta oportunidad tuvieron fueron los primeros en levantarse contra los españoles.
Cuando se declaró nuestra República y la situación de los peruanos nativos no había cambiado, los huancaneños fueron los primeros en aspirar a conquistar el imperio de la libertad plena. Ello fue el impulso de las sublevaciones de 1865 y de 1923 que dejaron horribles recuerdos, tanto en los blancos y mestizos, como para los pobladores de los agros; y que Keiserrling las apreció como síntomas de la insurgencia de las razas jóvenes de color en América, para asumir su responsabilidad histórica ante los destino de la cultura y la civilización decadente de la vieja Europa.
Y ese espíritu ha vibrado en más de cien momento de nuestra vida nacional.
Fueron soldados hauncaneños quienes engrosaron las filas patrióticas de Gamarra en contra de Santa Cruz; fueron ellos los que contribuyeron al éxito de la causa   revolucionaria de Castilla, conquistando el epónimo título de “Batallón Glorioso de Huancané” con que se honró la actuación de los huancaneños, fueron ellos mismos los que al mando de Antonio Riveros, defendieron el honor nacional en la guerra con Chile, organizados en un batallón que llevó su nombre, como llevaron los otros pueblos del sur; y fueron  también ellos  los que intervinieron cuando la coalición cívico-demócrata en 1895 al lado de la causa de Piérola.
 Esta es la historia epopéyica de Huancané, señalado con el mote de alzado o matacura, no es en el fondo sino un pueblo que cumple un legendario destino  de honda significación social y patriótica, designio de lealtad a la patria heredada de sus mayores; designio que al nacer en el incario, ha podido objetivarse en tangibles formas frente a la patria nueva: nuestro Perú; ahí están los hechos de la historia.
Es necesario y justo rehabilitar el alto sentido de patriotismo, de libertad y de justicia social que constituyó, que constituye hoy y que constituirá siempre el helan vital del pueblo huancaneño. Pueblo que en su afán de fidelidad suprema a los nobles causas, pudo ser acaso como ninguno, tres veces capital de nuestra patria: primero cuando Huancane se proclamó Inca en un rapto visionario de salvar el incario mutilado por la invasión española, más tarde en la época de la coalición cívico-demócrata, cuando el segundo vicepresidente de Piérola se proclamó jefe supremo del Perú en Huancané; y últimamente, cuando en el movimiento tahuantinsuyano de 1923, se levantó el plano de la ciudad de las Nieves de Huancho, como la segunda capital del Perú.
Huancané es hoy un pueblo progresista, llamado a grandes destinos por el empuje de su designio legendario, por su ubicación que une el norte de del Altiplano occidental con la hermana república de Bolivia y por el esfuerzo permanente que anima a sus hijos de la ciudad y del campo.
Entre los primeros lucen valores que honran el espíritu de la nacionalidad. Y entre los segundos se ostenta el nervio de la energía rural que sabe conducirse con igual pujanza en la ciudad como en el agro. Ahí están los huancaneños, organizados en gremios de trabajadores en Lima, en barrios familiares en Arequipa y convertidos en viajeros empedernidos por todos los mercados, portando telas de la más auténtica fabricación peruana y puneña, al son de las sampoñas  de Moho y Conima, típicas cañas que traducen con simbólica fidelidad el espíritu altivo a la par que alegre del pueblo huancaneño.
Autor: José Portugal Catacora: Puno tierra de leyenda. Editorial Laykacota. 1952.

LOS CONDENADOS DE ANANEA



Una vez, hace mucho tiempo con un grupo de jóvenes  fuimos a catear una mina en el nevado Ananea... En mi afán de conseguir  lo que tanto ansiábamos me  separe  me separe de grupo y me perdí.
Aunque lejos de Ananea parece llano, a sus faldas se ve que tiene profundos precipicios, elevaciones grutas, grietas... Me quedé extasiado con tanta belleza de la figura que se formaban entre el hielo, la nieve y las rocas ...Todo me parecía hermoso ,que deje de pensar en mis amigos  y estaba extasiado como ese mundo de ensueños hecho de hielo , nieve y piedra. El viento de los nevados me despertó de mi arrobamiento e inicié la búsqueda de mis compañeros... De pronto escuchaba en el viento como un lamento que poco a poco se hacía más fuerte. Para dar fuerza me dije a mí mismo. Ese el viento no puede ser lamentos,... es el viento pero el ulular se hacía cada vez más fuerte, más audible y ya no parecía sólo el viento.
Era lamentos, desgarradores, muy tristes. Los estamos acostumbrados a todo, por eso no me dio mucho miedo, pero la verdad es que tenía un poco de temor, no sé porque.
De pronto, caminado me encontré frete a una hondonada  agreste formada por rocas y  hielo. Parecía profundo ruido de toros. De allí salía los lamentos. Es el viento me volví a repetir para darme ánimo. Pero no era el viento. Me esforcé por ver y escuchar mejor, y lo que vi me llene de pavor.
En el fondo había unos seres que se aferraban ala piedras y al hielo pretendiendo salir del foso.
Avanzaba...resbalaba... y caían, y volvía en su intento una y otra vez. Eran seres esqueléticos, cadavéricos, cubiertos de andrajos .Esa visión aterradora vaga aun en mis recuerdos  y algunas veces tiemblo  a su solo recuerdo, porque ha sido lo más tétrico que he visto, oído y sentido en mi vida.
Esa combinación de lamentos angustiosos y la desesperación  de esos entes por querer ganar la altura,.. y con su intento cada vez fallidos y su terca persistencia para nuevamente iniciar el intento ululando...aullando... gimiendo a cada instante sin descanso.
No sé de cómo me vi nuevamente  integrado  a mi grupo. Me habían encontrado vagando, con las carnes desgarradas, arañadas por el hielo  y las rocas, con los ojos desorbitados, el pelo desgreñado, con la ropa hecho jirones, pronunciado gritos descifrables. Tarde mucho tiempo en recuperarme. Aquella visión  me atormentaba de noche  y de día  aun hoy persistentes en los rincones  de mi memoria lo que sentí aquellos momentos de los que les cuento.
Con el paso del tiempo supe, por los abuelos, del pueblo que en el Ananea y en todos los nevados  están los condenados, que buscan salir de sus prisiones y llegar a cualquier costo hasta la cumbre de Apu. Subiendo cayendo, volviendo a subir, volviendo a caer, sin descaso día  y noche, en lluvia, viento sol, en las nevadas y en las heladas.
Siempre buscado llegar hasta la cumbre, con su lamentos, sus quejas de desgarran el alma.
 Hasta que algún día, algunos llegan coronar la cumbre. Ese día dios y los Apus  les perdonan sus pecados, y esos condenados que son almas penitentes, recién descansan en paz.
Si hay condenados en el Ananea, pero no se meten con los vivos, no hacen mal a nadie. Lo único que buscan es purgar sus pecados. Para eso hacen la penitencia de subir desde las profundidades hasta la punta del nevado. Da un poco de miedo cuando uno está solo, pero los condenados que hay en Ananea y en todo los nevados no hacen daño a nadie; Si entre la nieve escuchas algún lamento, algo que parece una queja, puede ser el viento… o puede ser un condenado que este buscado descansar en paz.

Por: Héctor Mendoza Nina.
Fuente: Cuentos de mi tierra “El Altiplano”.