EL INCA HUANCANE
(LEYENDA SOBRE EL ORIGEN DE
LA CIUDAD DE HUANCANE)
A la altiva provincia de Huancané, a sus nuevas generaciones y a su
magisterio.
Cuando el imperio de los cuatro suyos llegó al reinado de Amaru inca
Yupanqui, una ola de inestabilidad y de anarquía amenazaba enseñorearse por
doquier, debido a la poca energía de carácter y a la falta de tino político que
caracterizó a sus actos de gobierno.
Una de estas manifestaciones
de anarquía se agudizaba en la parte occidental del lago Titicaca, cuyas tribus
numerosas y dispersas eran frecuentemente soliviantadas por los habitantes de
la región del Beni, descendientes de los antiguos chiriguanos, que ponían en
peligro el gobierno del imperio sobre la región, con sus frecuentes
incursiones.
Por esta razón , cuando la corte del Cusco obligó a abdicar a Amaru
Inca Yupanqui en favor de su hermano Túpac Yupanqui, lo primero que éste hizo
fue encararla solución del problema de la anarquía que se había suscitado.
Con el objeto de poner coto a las incursiones y a las influencias
negativas de los Chiriguanos dispuso que se trasladase a la región noroeste del
lago una de las tribus del chinchasuyo más leales a la corona. una numerosa
familia o ayllo de la tribu de los huancas, que había demostrado gran fidelidad
al Cusco, en las numerosas campañas dirigidas hacia la costa y hacia el norte,
denotando grandes dotes militares y sobre todo magnificas cualidades de
organización social y cultural, fue la elegida para servir de guardian del
poderío inca en el Altiplano.
El curaca Huanca el ayllo
elegido fue llamado por el Apu (1) del
Chinchasuyo, y este le trasmitió el deseo del inca Túpac Yupanqui, diciéndole:_
Valeroso, leal y digno súbdito de los hijos del sol: vuestro soberano me manda
decirlos que su reino peligra allá en las altas estepas del Collasuyo, debido a
las innobles pretensiones de los Chiriguanos que hallan frecuentemente nuestras
tierras e insuflan a nuestros aliados de desobediencia y de sentimientos beligerantes;
y que para poner fin a estas
pretensiones os a elegido a vos y a vuestra grey.
_Estoy harto informado de la situación aflictiva que pone en peligro
la estabilidad política del Imperio, y tengo pactos de lealtad acordados con nuestro soberano; por
tanto, acepto su mandato, no por simple obediencia, sino como cumplimiento de
mi palabra y mi decisión de velar por la seguridad y el engrandecimiento de
nuestro reino. Estoy resuelto a sacrificar mis heredades nativas, arrancar a mi
pueblo en la cuna en que se mecieron generaciones de nuestros antepasados, y
marchar hacia esas regiones donde el sol nuestro padre nos necesita.
_Admiro tu lealtad y tu nobleza de alma. El Inca nuestro soberano,
retribuirá tu decisión y tus servicios, con dádivas y dignidades que bien lo
merecéis.
_Partiré al iniciarse la próxima luna.
_Podéis pedir la cantidad de
hombres que sea menester para auxiliaros en el viaje y yo ordenare que todos
los tampus del camino se aprovisionen de lo necesario.
Después de aquella entrevista, el Apu del Chinchasuyo comunicó al
inca Túpac Yupanqui los resultados de su
conferencia con el curaca Huanca.
La noticia de la aceptación incondicional del pueblo Huanca, para ir
a resolver el viejo problema de la amenaza de los Chiriguanos de la región Este del Callao, causo gran
alborozo en la Corte Imperial del Cusco.
Aquel problema era el que más amenazaba la unidad del Gran Imperio y
la visión próxima de la posibilidad para
poner fin a él, quitaba de un peso de siglos a la corona real.
Hasta entonces los mitmayes siempre se habían hecho sobre tribus
beligerantes que eran trasladadas por castigo a regiones fieles para
someterlas. Aquella era la primera vez que habría con el nuevo sentido de
llevar pueblos fieles a regiones pobladas de tribus desleales. Y por eso el
inca había creído que su decisión acaso
ocasionaría nuevos disturbios en el
país, pero al saber que su política
empezaba a encontrar eco en los pueblos leales, se regocijó enormemente y tuvo
la certeza de que esta política
resolvería el problema de la anarquía a que había lanzado al imperio los desaciertos de su hermano .
Poseído de intensa
satisfacción y reconfortado en su
propósito de rehabilitar la tranquilidad y la armonía del imperio quiso ungir
de honores al curaca Huanca por su noble decisión y convocó al Consejo de
los Orejones para consultar su opinión.
Una vez reunido el Consejo de los Orejones del Inca propuso que el curaca Huanca fuera asimilado a la
Corte Imperial como miembro de la
familia real, hablando del siguiente modo:
_ Respetados
mayores: acabamos de saber que el curaca
de uno de los ayllos menores del gran
pueblo Huanca, ha decidido marchar con su pueblo a la región del Collasuyo para
ser fiel guardián de nuestras heredades constantemente amenazadas
y últimamente puestas en grave peligro
por los barbaros Chiriguanos. Esta decisión nos reconforta y nos llena de más justo
orgullo, al saber que contamos con pueblos de lealtad incondicional; por tanto,
es decisión mía ungirlo con el cetro familiar de nuestra estirpe.
_Oh:
resplandeciente soberano_ habló un de los Orejones _ tu palabra es omnímoda y
tu decisión es mandato; pero debes recordar que nosotros descendemos de los
hijos del sol y el curaca Huanca es simplemente hijo de la tierra.
_ Tenéis razón _ replicó el Inca_, pero no pueden
negar que todos nuestros aliados y nuestros sometidos, son también de una
sangre que acaso es la misma que corrió
en nuestras venas y que desparramada al principio, el designio de nuestro padre sol y el esfuerzo de nuestros
mayores se han encargado de juntarlas en un solo vasto imperio: el nuestro. Es
justo que se rompa esa barrera que nos separa de ellos y hagamos una gran familia esparcida en los cuatro
suyos para que cuiden de la estabilidad
de nuestros pueblos, como una sola mano y como un solo corazón.
Las palabras del inca bien llamado resplandecientes pesaron con gran
hondura de pensamiento de los
orejones asistentes al consejo, y estos
unánimemente acordaron asimilar a los soberanos conquistados como una dinastía
central del Cusco, debiendo asumir aquellas prerrogativas de la familia real.
Desde aquel momento
la realeza del imperio entró en un periodo de franca democratización que rompió
muchas vallas tradicionales y que llevó al imperio a su más alto grado de esplendor espiritual y material, durante el reinado de Huayna
Capac.
Unos días después
de aquella memorable asamblea de los Orejones, arribo al Cusco la tribu elegida, siendo recibida con gran
júbilo y homenajes de parte del pueblo y la corte.
El
curaca Huanca y su familia fueron alojados en el palacio de Callcampata. Y el
pueblo Huanca fue hospedado en los tampus reales.
Varios días permanecieron en el Cusco. Y antes de partir hacia el
Collasuyo, se celebró un acto solemne
semejante a los actos con que se coronaba a los nuevos incas o se despedían a los ejércitos imperiales que emprendían
campaña de conquista santa a favor del engrandecimiento de la religión del sol.
En la corte, después del vaticinio
realizado por Willac _humo, quien anuncio
que sería de suerte feliz la misión
del noble pueblo Huanca, se declaró
al curaca Huanca miembro
colateral de la real familia. Tupac
Yupanqui le envolvió la frente con el
llauto simbólico de la realeza y le entrego un cetro como insignia del poder
amplio que desde aquel instante debía ejercer el curaca Huanca, en las nuevas
tierras a donde se dirigía con su pueblo.
Entre tato el pueblo Huanca se había
congregado en un lugar previsto de la plaza mayor, siendo objeto de vítores
populares de la ciudadanía cusqueña.
Luego se presentó en la plaza el inca
Túpac Yupanqui acompañado por el curaca Huanca, siendo saludados por el tronar
clamoroso de los pututos y la venia multitudinaria de centenares y miles de
hombres, mujeres y niños.
El inca presentó a su pueblo al curaca
Huanca, habló del honor familiar que le había conferido y de la misión difícil
que Huanca y su pueblo cumplirán en el lejano Collasuyo.
El curaca Huanca se despidió consternado
de emoción, pero intensamente animado para cumplir el designio con que la
suerte y el gobierno del Cusco le habían ungido.
A poco partió el pueblo Huanca auxiliado
por más de mil hombres de la facción aguerrida del ejército. Y un ¡Curaca
Huanca causachun! Selló la despedida. (Viva el Curaca Huanca).
Tras de muchos días de viaje por
quebradas, cordilleras y punas, una tarde serena, llena de quietud y
recogimiento, el pueblo Huanca arribó a Taraco, donde se hospedaron por la
noche.
Al día siguiente, continuaron su marcha en
busca de un sitio que al mismo tiempo que ofreciese favorables condiciones para
el establecimiento de la tribu, fuese también un centro estratégico para el
cumplimiento de la misión que traían.
Pero grande sería el asombro de Huanca y
los suyos, cuando al trasponer la quebrada de Pucarani irrumpieron de los
cerros hordas bárbaras que los atacaron inesperadamente.
El ejercito que lo acompañaba y los
hombres del pueblo Huanca, detuvieron la marcha y se aprestaron para la lucha,
protegiendo a las mujeres y a los niños.
La lucha fue encarnizada, por momentos
Huanca sufría la sensación de que aquel
mismo día fracasaría su misión. Porque los naturales azuzados por las salvajes
hordas Chiriguanas, eran en número infinitamente superior. La lucha se tornaba
cada vez más difícil y peligrosa, los soldados imperiales y los hombres Huancas llevaban todas las de
perder; pero en un rapto de desesperación las mujeres Huancas entraron en la
lucha y ello decidió el triunfo de aquella batalla memorable.
Los Chiriguanos y los demás lugareños
nunca habían visto luchar a las mujeres, de modo que la presencia de ellas en
la batalla los desconcertó y tuvieron que dispersarse, dejando el campo y el
paso completamente en manos de los vencedores.
El curaca Huanca ordenó que la tribu
acampase en el mismo campo de batalla. Así fue. Y cuando al día siguiente
exploraron los alrededores y se dieron cuenta de que la región contaba con
tierras ubérrimas, decidió establecerse en aquel lugar, que también resultaba
un punto estratégico, ya que de allí nunca habían pasado las incursiones de los
Chiriguanos.
El lugar donde se libró aquella batalla en
que hasta las mujeres asumieron funciones militares, y donde Huanca dispuso el
establecimiento de su tienda de campaña de pacificación de la zona
soliviantada, es el mismo en que actualmente
se levanta la ciudad de Huancané.
El curaca Huanca, luego de establecerse de
acuerdo con las costumbres que regían la
instalación del mitimayaje inició una
sabia campaña de pacificación.
En primer lugar ordenó
que todos los miembros de su
pueblo aprendieran a hablar
el idioma de los nativos de la región, al mismo tiempo que
buscaran su amistad ofreciéndoles
dádivas para ganarse sus simpatía
Esta primera fase de la campaña se cumplió con suma eficacia. Los Huancas aprendieron el aymara a corto plazo. Pero en forma
mezclada con su propia lengua, características que ha quedado hasta estos
tiempos, y por lo que es fácil distinguir el aymara huancaneño que presenta
voces típicas que no corresponden al aymara general del Altiplano.
En una segunda fase iniciaron una intensa
campaña de persuación para que los naturales repudiaran a los Chiriguanos y se
sometieran a la corona del Cusco con lealtad. Esta campaña también dio buenos
resultados, pues pronto los naturales se dieron cuenta de que los Chiriguanos
eran de cultura inferior a ellos y que no merecían llamarlos sus salvadores y
liberadores como se habían enseñoreado hasta entonces. Muchos de los habitantes
llegaron a internarse hasta las viviendas
de los Chiriguanos, dándose cuenta de la vida bárbara y salvaje que llevaban y
muy pronto se despojaron de su influencia. Desde entonces quedó la costumbre de
que los habitantes del Altipĺano bajen a los valles del Beni, en busca de las
especies que cultivan y que antes sólo los Chiriguanos les traían dichas
especies.
En una última fase, el curaca Huanca
organizó las tribus dispersas de la región en comunidades y ayllos de Anansaya,
los de las serranías y ayllos de Urinsaya, los de los bajíos, próximos al lago.
La campaña pacífica de Huanca y su pueblo
repercutieron en el Cusco y en todo el imperio como ejemplo de un nuevo sistema
de conquista. Y su ascendencia sobre los pueblos pacificados llega tener
memoria rayana en lo mitológico. Pues se decía que si el lago había partido
para el imperio de los hijos del sol, a Manco Cápac, el curaca Huanca
representaba la restitución cósmica de las quebradas a los picachos, de los
valles a las punas, y de los ríos al lago milenario, en un intercambio de
fuerzas telúricas hecho hombres conductores y salvadores de la humanidad.
El curaca Huanca vivió muchos años y murió
muy anciano. Le sucedió su hijo mayor Huancarani, quien gobernó la región
siempre con la misma fidelidad que su padre para la corona del Cusco.
Huancarani fue sucedido a su vez por su
hijo Huancane.
Cuando el imperio Inca llegó al reinado de
Huayna Cápac asumió el gobierno de la zona el joven curaca Huancane. Y en estas
circunstancias volvieron a insurreccionarse los Chiriguanos al mando de
Yagualtinte.
Huancane organizó un ejército hacia las
selvas, en busca de los insurrectos.; pero en el camino se tropezó con la
vivienda solitaria del yatiri Pacharia. Este le pronosticó la inutilidad de esa
campaña, aconsejándole que se quedara a gobernar y proteger solamente la zona
andina. Pero Huancane, sintiendo en sus venas el ardor de la juventud y la
pujanza de sus mayores, prosiguió su marcha sin oír concejos. Mas como le había
vaticinado Pacharia, la suerte le fue adversa en la campaña. Fracasó en sus
propósitos. Con su ejército casi diezmado por el clima antes que por el propio
enemigo, insistió inútilmente en avasallar a los indomables Chiriguanos. Pedía
refuerzos al Cusco y éstos no llegaron nunca. Y un mal día llegó la noticia de
que Huayna Cápac había muerto y que sus hijos Huáscar y Atahualpa se debatían
en cruentas luchas.
Años más tarde, supo que Huáscar había
caído en manos de Atahualpa y éste en manos de los españoles. Entonces organizó
un nuevo ejército para ir a luchar por el reino de su soberano. Y cuentan que
cuando los españoles llegaron al Cusco y Manco Inca se fugó, preparando el
primer intento de liberación de su pueblo, buena parte de los soldados indios
que sitiaron el Cusco en 1636, fueron súbitos de Huancane. Y que cuando recibió
la noticia de la definitiva derrota de Manco Segundo, se declaró inca sucdesor
de Huayna Cápac y pretendió marchar él mismo en busca de los españoles; pero su
ancianidad había llegado hasta la senectud y no tuvo energías para encabezar
una campaña militar.
El inca Huancane vivió sus últimos años
atormentado por el dolor de ver y sentir derrumbarse el imperio de sus mayores.
Y empleó sus últimas energías en sembrar
en el alma y el corazón de su pueblo, la idea de que nunca se dejaran
avasallar por los hombres blancos y barbudos
que habían exterminado la estirpe de lo reyes incas. Aquella siembra se
enraizó en la conciencia de los pueblos de la zona como un designio que con el
correr de los tiempos se ha convertido en lema y norma de conducta social de los huancaneños,
los viriles descendientes del inca Huancane.
De ahí que cuando los conquistadores
irrumpieron en el Altiplano, los huancaneños nunca se sometieron al servilismo;
conservaron su actitud viril rayana en altanería y pujanza indomables. Y en
cuanta oportunidad tuvieron fueron los primeros en levantarse contra los
españoles.
Cuando se declaró nuestra República y la
situación de los peruanos nativos no había cambiado, los huancaneños fueron los
primeros en aspirar a conquistar el imperio de la libertad plena. Ello fue el
impulso de las sublevaciones de 1865 y de 1923 que dejaron horribles recuerdos,
tanto en los blancos y mestizos, como para los pobladores de los agros; y que
Keiserrling las apreció como síntomas de la insurgencia de las razas jóvenes de
color en América, para asumir su responsabilidad histórica ante los destino de
la cultura y la civilización decadente de la vieja Europa.
Y ese espíritu ha vibrado en más de cien
momento de nuestra vida nacional.
Fueron soldados hauncaneños quienes
engrosaron las filas patrióticas de Gamarra en contra de Santa Cruz; fueron
ellos los que contribuyeron al éxito de la causa revolucionaria de Castilla, conquistando el
epónimo título de “Batallón Glorioso de Huancané” con que se honró la actuación
de los huancaneños, fueron ellos mismos los que al mando de Antonio Riveros,
defendieron el honor nacional en la guerra con Chile, organizados en un
batallón que llevó su nombre, como llevaron los otros pueblos del sur; y
fueron también ellos los que intervinieron cuando la coalición
cívico-demócrata en 1895 al lado de la causa de Piérola.
Esta es la historia epopéyica de Huancané,
señalado con el mote de alzado o matacura, no es en el fondo sino un pueblo que
cumple un legendario destino de honda
significación social y patriótica, designio de lealtad a la patria heredada de
sus mayores; designio que al nacer en el incario, ha podido objetivarse en
tangibles formas frente a la patria nueva: nuestro Perú; ahí están los hechos
de la historia.
Es necesario y justo rehabilitar el alto
sentido de patriotismo, de libertad y de justicia social que constituyó, que
constituye hoy y que constituirá siempre el helan vital del pueblo huancaneño.
Pueblo que en su afán de fidelidad suprema a los nobles causas, pudo ser acaso
como ninguno, tres veces capital de nuestra patria: primero cuando Huancane se
proclamó Inca en un rapto visionario de salvar el incario mutilado por la
invasión española, más tarde en la época de la coalición cívico-demócrata,
cuando el segundo vicepresidente de Piérola se proclamó jefe supremo del Perú
en Huancané; y últimamente, cuando en el movimiento tahuantinsuyano de 1923, se
levantó el plano de la ciudad de las Nieves de Huancho, como la segunda capital
del Perú.
Huancané es hoy un pueblo progresista,
llamado a grandes destinos por el empuje de su designio legendario, por su
ubicación que une el norte de del Altiplano occidental con la hermana república
de Bolivia y por el esfuerzo permanente que anima a sus hijos de la ciudad y
del campo.
Entre los primeros lucen valores que
honran el espíritu de la nacionalidad. Y entre los segundos se ostenta el
nervio de la energía rural que sabe conducirse con igual pujanza en la ciudad
como en el agro. Ahí están los huancaneños, organizados en gremios de
trabajadores en Lima, en barrios familiares en Arequipa y convertidos en
viajeros empedernidos por todos los mercados, portando telas de la más auténtica
fabricación peruana y puneña, al son de las sampoñas de Moho y Conima, típicas cañas que traducen
con simbólica fidelidad el espíritu altivo a la par que alegre del pueblo
huancaneño.
Autor: José Portugal
Catacora: Puno tierra de leyenda. Editorial Laykacota. 1952.