Una vez, hace mucho tiempo con un grupo de jóvenes fuimos a catear una mina en el nevado
Ananea... En mi afán de conseguir lo que
tanto ansiábamos me separe me separe de grupo y me perdí.

Era lamentos, desgarradores, muy tristes. Los estamos acostumbrados
a todo, por eso no me dio mucho miedo, pero la verdad es que tenía un poco de
temor, no sé porque.
De pronto,
caminado me encontré frete a una hondonada
agreste formada por rocas y hielo. Parecía profundo ruido de toros. De
allí salía los lamentos. Es el viento me volví a repetir para darme ánimo. Pero
no era el viento. Me esforcé por ver y escuchar mejor, y lo que vi me llene de
pavor.
En el fondo había unos seres que se aferraban ala piedras y al hielo
pretendiendo salir del foso.
Avanzaba...resbalaba...
y caían, y volvía en su intento una y otra vez. Eran seres esqueléticos,
cadavéricos, cubiertos de andrajos .Esa visión aterradora vaga aun en mis
recuerdos y algunas veces tiemblo a su solo recuerdo, porque ha sido lo más
tétrico que he visto, oído y sentido en mi vida.
Esa combinación
de lamentos angustiosos y la desesperación
de esos entes por querer ganar la altura,.. y con su intento cada vez
fallidos y su terca persistencia para nuevamente iniciar el intento
ululando...aullando... gimiendo a cada instante sin descanso.
No sé de cómo me vi nuevamente
integrado a mi grupo. Me habían
encontrado vagando, con las carnes desgarradas, arañadas por el hielo y las rocas, con los ojos desorbitados, el
pelo desgreñado, con la ropa hecho jirones, pronunciado gritos descifrables.
Tarde mucho tiempo en recuperarme. Aquella visión me atormentaba de noche y de día
aun hoy persistentes en los rincones
de mi memoria lo que sentí aquellos momentos de los que les cuento.
Con el paso del tiempo supe, por los abuelos, del pueblo que en el
Ananea y en todos los nevados están los
condenados, que buscan salir de sus prisiones y llegar a cualquier costo hasta la
cumbre de Apu. Subiendo cayendo, volviendo a subir, volviendo a caer, sin
descaso día y noche, en lluvia, viento
sol, en las nevadas y en las heladas.
Siempre buscado llegar hasta la cumbre, con su lamentos, sus quejas
de desgarran el alma.
Hasta que algún día, algunos llegan coronar la
cumbre. Ese día dios y los Apus les
perdonan sus pecados, y esos condenados que son almas penitentes, recién
descansan en paz.
Si hay condenados
en el Ananea, pero no se meten con los vivos, no hacen mal a nadie. Lo único
que buscan es purgar sus pecados. Para eso hacen la penitencia de subir desde
las profundidades hasta la punta del nevado. Da un poco de miedo cuando uno está
solo, pero los condenados que hay en Ananea y en todo los nevados no hacen daño
a nadie; Si entre la nieve escuchas algún lamento, algo que parece una queja,
puede ser el viento… o puede ser un condenado que este buscado descansar en
paz.
Por: Héctor
Mendoza Nina.
Fuente: Cuentos
de mi tierra “El Altiplano”.
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